Dios y un hombre, se unieron un día, para compartir los hijos que ambos tenían.
Eran únicos, eran preciados; aun así serían entregados.
Uno
celestial, uno terrenal, para un sacrificio que nadie pidió; para hacer algo
que nadie entendía.
Solo
Dios sabia porque esto se hacía.
LA FE LO PEDIA
La
obediencia, la vida de la fe moría.
Ninguno
de los padres vacilo, hay que hacerlo dijeron, sin ellos los hombres están
perdidos; sin ellos perecerán.
Y
así ambos padres entregaron sus hijos; para darle vida a la fe perdida.
Y
ahora mis amados, esa fe con vida, multiplican los hijos, como arenas del mar o
estrellas del cielo, pues los hijos del uno, son los hijos del otro.
Todos
los creyentes del globo terráqueo, son hijos de Dios, también de Abraham.
Recordando
que en un principio, Abraham no tenía hijos y Dios los había perdido.
Pero
luego: Isaac no se muere, y Cristo se resucita.
Mediante
la fe, que gracias a ellos recobro la vida
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