Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;asidos
de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme
de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.
Filipenses 2:14-16
Existen mil y un motivos por los que quejarse no conduce a
nada, es un hábito tan inútil como una danza india para llamar la
lluvia. Entonces, ¿por qué algunas personas tienen la manía de quejarse
por todo?
La primera razón es muy evidente: se sienten profundamente
insatisfechas. Estas personas no se están quejando de la lluvia o del
calor sofocante, de la soledad o del mal trato que les dio la empleada
de turno, se están quejando de su vida, del gran vacío que sienten y de
la falta de sentido que las asola. Una persona que se queja es una
persona insatisfecha, alguien que no ha encontrado esas razones que le
dan sabor a la vida.
La segunda razón es el hábito. De hecho, a menudo la queja es un
comportamiento heredado de los padres. Estas personas asumen los
lamentos como parte de su comunicación y no conciben una conversación
sin ella. En algunos casos la manía de quejarse es tan extrema que si no
lo hacen, simplemente no sabrían como romper el hielo o de qué hablar.
La tercera razón es un profundo egocentrismo sustentando en la
falta de empatía. Estas personas dan por descontado que merecen más que
las otras y, cuando no lo obtienen, se quejan. No son capaces de ponerse
en el lugar de los demás y comparar porque su egocentrismo se los
impide. Para estas personas, llueve porque el universo está en su contra
y hay crisis porque Dios (que no tiene más nada que hacer) ha decidido
contrariar sus planes.
¿Por qué las quejas no son la solución?
1. Las quejas conducen al inmovilismo. Las personas pueden
quejarse cuánto quieran pero lo cierto es que llorar sobre la leche
derramada no les servirá de mucho. Quejarse implica asumir el papel de
víctima, implica despojarse del control y ponerlo en una entidad
externa, implica quedarse inmóvil al borde del camino, lamentándose por
lo ocurrido mientras las personas a su alrededor, que quizás han vivido
la misma situación, se recomponen y continúan adelante.
2. Las quejas son un agujero negro por donde escapa la energía.
Lamentarse por los errores del pasado, por las oportunidades que no se
aprovecharon o por los problemas del presente solo consume energías
inútilmente. La queja implica una focalización en los aspectos negativos
mientras que lo que necesitamos para avanzar es precisamente lo
contrario: centrarnos en los aspectos positivos. La persona que se queja
continuamente lleva unas gafas grises y con ellas percibe el mundo
(algunas incluso han olvidado que existen los colores).
3. Las quejas generan un estado de ánimo muy negativo. Todos los
sucesos entrañan aristas positivas y negativas, centrarse en las
limitaciones, los daños, la incomodidad y los fracasos solo generará
frustración, tristeza e ira. De hecho, las personas que se quejan por
todo casi siempre están enfadadas y sienten una profunda inquietud
porque están a la espera permanente de que el mundo las sorprenda con
otra “desgracia”.
4. Las quejas impiden buscar soluciones. Como estas personas no
son capaces de apreciar el aspecto positivo de los hechos, se quedan
regodeándose en la pena. No son capaces de sacarle provecho a las
situaciones y aunque la fortuna tocase a su puerta, no podrían verla y
aprovechar la oportunidad que les brinda. Por tanto, al final, la queja
continua se convierte en una profecía que se autocumple.
5. Las quejas afectan las relaciones interpersonales. Todos
tenemos nuestros propios problemas pero normalmente no andamos por el
mundo pregonándolos para ver cuál es mayor, como si se tratase de un
concurso de víctimas. Un día, nos da placer consolar a un amigo y
escuchar sus penas. Al otro día, también. Pero al tercer día comienza a
ser desgastante. Por eso, preferimos evitar a las personas que se quejan
por todo y se comportan como verdaderos vampiros emocionales.
Como resultado, estas personas se quedan solas, debido a un macabro
mecanismo que ellas mismas pusieron en marcha. Y si los demás les dejan
solo, pues ya tendrá un nuevo motivo para quejarse.
La trampa de la autocomplacencia (o cómo desenmascararse y dejar de quejarse)
Normalmente la persona que se queja por todo no es consciente de ello
(la carga de la conciencia la soportan los que están cerca y ni siquiera
se lo pueden hacer notar porque de esta forma solo le estarían dando un
motivo más para lamentarse: la profunda e insondable incomprensión de
los demás).
En un primer momento, la queja puede haber surgido de un motivo
razonable, como por ejemplo: una pérdida o una experiencia muy negativa.
En aquel momento, la persona se quejó y encontró el apoyo de quienes la
rodeaban. Demostró que era una víctima (sufriente y doliente) y
probablemente le perdonaron sus errores.
Así, descubrió que lamentarse era un mecanismo válido para manipular
a los demás. También descubrió que los sentimientos de culpa que sentía
se esfumaban como por arte de magia, entró en el mundo de la
autocomplacencia. En este punto la queja se convirtió en una puesta en
escena, en un hábito para enfrentar los conflictos y para atraer la
atención de los demás.
De esta manera, poco a poco, lo que comenzó siendo una queja por un
motivo válido se convirtió en un lamento cada vez más trivial, por el
calor, el frío o el sonido de una mosca al volar. Sin embargo, lo más
curioso es que las personas menos favorecidas o quienes han atravesado
experiencias realmente desgarradoras, no se quejan porque esta actitud
no tiene nada que ver con las calamidades sino con la forma de
enfrentarlas.
Por tanto, la próxima vez que pienses en quejarte, pregúntate:
- ¿Qué inseguridad o insatisfacción oculta esa queja?
- ¿Tengo motivos válidos para quejarme?
- ¿Qué aspectos positivos te traerá la queja?
Y si aún así decides quejarte, rezo (oro) por no estar cerca.
Y si aún así decides quejarte, rezo (oro) por no estar cerca.
Fuente: RINCONPSICOLOGIA.COM / DE JENNIFER DELGADO
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