Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de
reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y
se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el
lugar donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor.
(Isaías 61:1-3)
Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?.
Él les dijo: Sin duda me
diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído
que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra.
Y en verdad os digo que muchas viudas había en
Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis
meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.
Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta
Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.
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